La crisis del coronavirus está resultando ser un buen escenario en el que se pone de manifiesto el marco ético que subyace detrás de los distintos regímenes de gobierno. Se trata de un contexto muy inmediato, y distinto a otras situaciones en las que el largo plazo parece desvanecer el verdadero impacto de las cosas. El coronavirus ha llegado de pronto y, en un solo mes, ha conseguido que medio mundo se esté planteando acciones en las que la libertad o la privacidad de los ciudadanos se ven comprometidas en aras a un bien mayor: la preservación de la salud y de la vida.

Las medidas en forma de decreto que están tomando en distintos países, en nuestro caso previstas por la Constitución, revelan las estrategias de cada gobierno para gestionar sus propios tiempos contra el virus. Movimientos que se enmarcan dentro de ideologías políticas, pero que también tienen en cuenta la idiosincrasia cultural y los tiempos necesarios para generar adhesión por parte de la opinión  pública. La ciudadanía debe asimilar que las medidas quedan justificadas y están en consonancia con la gravedad de la situación.

Es curioso comprobar con qué facilidad China ha puesto en marcha medidas que entre otras cosas implican el reconocimiento facial de todo transeúnte y la medición de la temperatura a través de cámaras; así como la prohibición de entrar a lugares públicos y privados en base a una categorización individual de peligrosidad. Sin embargo, otros países van  a tardar más tiempo en imitar este tipo de directrices, cuidando que exista una proporcionalidad entre la situación y las acciones adoptadas. Tener muy claro el escenario ha sido la principal preocupación puesto que las medidas tenían un importante impacto en nuestros derechos y obligaciones.

Palancas tecnológicas

Esta crisis sanitaria sin precedentes para nosotros ha acelerado ciertas palancas tecnológicas que de otro modo hubieran tardado mucho en entrar en funcionamiento, como el uso de determinadas herramientas de Inteligencia Artificial. Esto normaliza cierto uso de herramientas y tecnologías ya existentes que, sin embargo, no habían sido desarrolladas con tal fin, y que siempre han supuesto una duda ética. 

La superpoblación de China hace más complicado el escenario de la pandemia, pero al mismo tiempo sirve de contexto idóneo para que la tecnología aporte sus mayores capacidades. Esta realidad junto con el carácter totalitario del gobierno chino han  sido el caldo de cultivo perfecto para que en muy corto plazo se han impuesto medidas de control sobre la población, incluida la persecución de los afectados a través de su reconocimiento mediante herramientas de la llamada IA no supervisada. Evitar las muertes es el claro objetivo  de todos los países afectados, aunque bien es cierto que el ritmo y el tono de las medidas han sido distintas, así como la comunicación y las distintas estrategias adoptadas.

Ejemplo de esto es también la App Suishenban con la que muchas ciudades chinas llevan a cabo su protocolo de control de la propagación del virus. Esta aplicación es obligatoria para todo el que quiera acceder a los más de 1.500 edificios públicos (incluido el servicio de metro) y a los cada vez más lugares privados que también la exigen en sus locales. El usuario debe dar todo tipo de permisos para que finalmente la app le otorgue el código de color correspondiente: verde (sin peligro), amarillo (ha estado en zonas de peligro en los últimos 14 días) o rojo (debe permanecer en cuarentena). Todos los servicios públicos, y los privados que se adhieran, están obligados a tomar la temperatura a los que muestren un código amarillo y a informar si encuentran un código rojo.

En We The Humans abogamos por un gobierno ético de la tecnología en  general y en particular de la IA, de manera que una compañía privada o la propia Administración puedan estar preparadas de antemano para una  crisis o una situación que requiera de medidas urgentes. De esa forma, si están establecidos los roles, responsabilidades, límites y estructuras funcionales necesarias, las decisiones se tomarán de forma más acertada y proporcional a los riesgos, y nunca  de manera improvisada.